La protección del clima es la máxima prioridad de los votantes alemanes, pero el país todavía obtiene una cuarta parte de su electricidad del carbón
La vista es apabullante. Renate y Norbert, un matrimonio de jubilados de las afueras de Berlín, se quedan un buen rato contemplando el movimiento de las máquinas de excavación y las cintas transportadoras. Están lejos de la caseta que hace de punto de observación, pero se oye su ruido, semejante a un zumbido. El panorama es fascinante, como ocurre con los paisajes lunares que dejan este tipo de explotaciones. Pero lo que ven, kilómetros de terreno excavado por capas en la mina de carbón a cielo abierto de Welzow-Süd, en realidad no les gusta. “El carbón debería ser una cosa del pasado”, dice Renate. Sin embargo, en esta región del este alemán, Lusacia, tradicional zona carbonífera, todavía está muy presente. Solo esta mina extrae 15,8 millones de toneladas de lignito o carbón marrón, el más contaminante de todos porque es necesario quemar más cantidad para producir energía.
Alemania vive una contradicción. Por un lado, tiene una excelente reputación ecologista en el mundo, entre otras cosas, por su apoyo decidido a las energías renovables; por otro, sigue explotando con aparente normalidad recursos que generan cantidades elevadísimas de CO₂. Casi una quinta parte de la electricidad producida en el primer semestre del año se consiguió quemando lignito. Si a ello se le suma la hulla importada, resulta que más del 26% de la electricidad que consumen hogares y empresas procede del carbón, de un tipo u otro. La protección del clima ocupa el primer lugar entre los temas más importantes de la campaña. A los ciudadanos les preocupa y los candidatos son conscientes de que la transición energética es un asunto clave para el futuro de la industria, la joya que sostiene la economía alemana.
Uno de los pocos reproches a Angela Merkel que han salido de boca de Armin Laschet, el candidato democristiano, tuvo que ver con la energía. En el debate del domingo pasado criticó que la canciller decidiera abandonar antes la energía nuclear que el carbón. Fue en 2011, tras el desastre de Fukushima. Con la oposición de su partido y del entonces socio de coalición, los liberales del FDP, decretó el cierre paulatino de la nuclear. El último reactor —ya solo quedan seis de los 17 de entonces— se apagará el año que viene. El problema es que al desarrollo de las renovables todavía le falta mucho para poder proporcionar la electricidad que necesita el país. La construcción de un segundo gasoducto por el mar Báltico, el Nord Stream 2, que introducirá en el mercado mucho más gas directamente desde Rusia, ha sido fuente de conflictos con socios europeos, con Ucrania y con Estados Unidos, contrarios a la creación de una infraestructura que hace más dependiente energéticamente a Europa del Kremlin. Merkel siempre lo ha defendido excusándose en que es un proyecto privado.
-EL PAÍS
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